Eugène Delacroix

Charenton-Saint-Maurice (Francia), 1798

Eugène Delacroix

Ferdinand-Victor-Eugène Delacroix (Charenton-Saint-Maurice, 26 de abril de 1798-París, 13 de agosto de 1863) fue un pintor y grabador francés.

En 1815  siguiendo la recomendación de su tío, el pintor Henri-Francois Riesener, Delacroix entró en el taller del pintor neoclásico Pierre Narcisse Guérin, donde Théodore Géricault y el Barón Gros fueron sus maestros. Visitaba frecuentemente el Louvre, estudiando y copiando a los grandes pintores que admiraba: Rubens, Velázquez, Rembrandt, el Veronese, y se debatió entre la tradición y el clasicismo y el deseo de hallar, tras las apariencias, la realidad. Pero al mismo tiempo estudia a Goya y se interesa por la litografía, publicando algunos grabados en «Le Miroir«. El pintor paisajista Bonington le enseñó a pintar la naturaleza. Raymond Soulier le inició en la acuarela. En 1816 se inscribe en la Escuela de Bellas Artes, donde contrae amistades que durarán toda la vida.

El artista frecuenta los salones literarios donde conoce a Stendahl, Mérimée, Víctor Hugo, Alexandre Dumas, Baudelaire… Melómano apasionado, se relaciona con Paganini, Frédéric Chopin, Franz Liszt, Franz Schubert, entre otros; Delacroix prefiere la amistad de músicos, escritores y poetas a la de los pintores de su época.

En 1822  Delacroix expone por primera vez Dante y Virgilio en los infiernos, una obra llena de fuerza, de una composición ambiciosa y colores muy trabajados; en ella la luz se desliza sobre las musculaturas hinchadas, un incendio consume una ciudad (en segundo plano), las capas ondean al viento. La fantasía, lo macabro y el erotismo se entremezclan. Dos años más tarde pinta La matanza de Quíos, una obra enérgica y con un colorido mucho más vivo. Ambos cuadros concretizan su ambivalencia interior que se debate entre el romanticismo y el clasicismo, entre diseño y color, polémica interna que le acompañará durante toda su vida.

Su  pintura es un buen ejemplo de lo que era importante para los románticos franceses: el superhombre desbocado en calidad de héroe, la combinación de erotismo y muerte, el decorado oriental, los grandes movimientos en lugar de una composición equilibrada y apacible, y el predominio del color sobre la línea. Delacroix la llamaría, «la Proeza asiática«.

En 1832, realiza un viaje a Marruecos y Argelia, descubriendo allí la deslumbrante luz y color de sus paisajes, sus gentes, la sensualidad y el misterio, sensaciones intensas que se reflejarán en toda su obra posterior.

Aparte de su producción pictórica, dejó una estimable producción gráfica, principalmente litografías. En 1827  grabó una serie inspirada en la novela «Fausto” de Goethe, a quien efigió en una litografía. La portada de esta serie guarda similitudes —seguramente no casuales— con «Los Caprichos” de Goya. Posteriormente dedicó otra serie al drama «Macbeth” de Shakespeare.

Aquí podéis consultar las obras del artista que forman parte de la colección.