Hijo de Pedro Lozano y Francisca Bartolozzi -ambos pintores- nació en Pamplona en 1943 y llegó a Barcelona en 1962 para estudiar Bellas Artes. Pronto, su primera fascinación por la abstracción, por la obra de los Tàpies, Millares o Saura, quedó eclipsada por la emergencia del movimiento pop y la nueva figuración.
En los setenta mantuvo una relación simbiótica con Arranz-Bravo. Eran una marca de fábrica, trabajaban y exponían juntos, hasta el punto de que, de cara al público, eran una especie de sociedad cooperativa que parecía indisoluble y de la que había paralelismos en el panorama artístico español, como el Equipo Crónica. Pero se rompió al entrar en los ochenta.
Es en esa época, en la que se produce su intervención, junto a Eduard Arranz-Bravo, en la fábrica de pinturas Tipel, en Parets del Vallès, cerca de la autopista que lleva de Barcelona hacia el norte, una obra que define por sí sola el pop español y también el espíritu de unos años en los que casi todo parecía posible, incluso que un empresario encargara a dos artistas que le pintaran la empresa. Los 2.000 metros cuadrados de formas sorprendentes pintadas con los colores más llamativos están para siempre en la memoria de millones de personas.
Su consagración individual le llegó al ser escogido como representante de España en la Bienal de Venecia. Para entonces, Bartolozzi había empezado a dejar atrás los aspectos más pop de su obra y se inclinaba hacia el informalismo, aunque siempre anclado en la figuración.
A finales de los ochenta se instaló en Vespella de Gaià, un pequeño pueblo de Tarragona, entre pinos, olivos y algarrobos, un árbol, este último, con el que se identificaba porque, según la leyenda, necesita ver el mar.
El sueño idílico de este Parnaso se rompe el 5 de agosto de 1993. El monte estaba seco y una chispa desató un devastador incendio que arrasó 1.000 hectáreas de las 1.824 que tiene el término municipal y se llevó la vida de seis personas. El resultado fue un paisaje dantesco, el infierno. Para Bartolozzi fue un mazazo, pero también una oportunidad para mirar hacia adentro, hacia la destrucción y la muerte.
Su obra posterior, en especial la serie de pinturas expresionistas bautizada como El incendio, queda como uno de los momentos insuperables de su carrera, así como la serie posterior, en la que la vida renace de entre las cenizas y los brotes verdes surgen del negro carbón.
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