Roser Bru sabe mucho de la vida y del dolor. Nacida en Barcelona, en 1923, al año siguiente su familia se exilió en París huyendo de la dictadura de Primo de Rivera. Al final de esa dictadura, Bru volvió a Barcelona y estudió en la Escuela Montessori y en el mítico Instituto-Escuela de la Generalitat. Y al cabo de poco, la guerra y un nuevo exilio. Esta vez el destino fue Chile, al que arribó en el Winnipeg, el barco que ayudó a fletar Pablo Neruda, y en el que dos mil exiliados republicanos españoles llegaron a Valparaíso el 3 de septiembre de 1939 para empezar, forzados, una nueva vida.
En Chile, su nueva patria (siempre compartida con la catalana), estudió pintura entre 1939 y 1942, y en 1957 inició sus estudios de grabado en el Taller 99, dirigido por Nemesio Antúnez, y allí, Roser Bru se ha convertido a lo largo de todo este tiempo en una institución en el ámbito de la plástica chilena por su capacidad de experimentación, audacia y riesgo. Uno de sus mayores aciertos son sus trabajos en torno a Goya, puesto que hace una lectura contemporánea de la obra del artista aragonés y la dota de un nuevo lenguaje en el contexto actual, otorgándole un peso político, un peso que estableció un vínculo inevitable plasmado durante la dictadura de Pinochet.
Y de dictaduras, guerra y exilios surgen sus modulaciones del dolor humano… Esas modulaciones que han terminado por ser el tema fundamental que recorre su obra. Una obra en la que despliega cada vez más una meditación y una contemplación del dolor humano, siempre la misma y a la vez siempre diversa. Como si el dolor humano fuera un largo trabajo que no se completara nunca, y que nunca pudiera pensarse del todo.
En sus inicios, en la obra de Roser Bru se daban los hilos, las líneas que unían, las líneas de conjunción o de disyunción que creaban relaciones entre las imágenes, que sugerían lecturas, que conectaban. Bru, amante empedernida de la vida y del arte, ha querido siempre establecer puentes, unir, mezclar por encima de todo. Y beber en sus fuentes: el románico catalán; la frontalidad de las figuras de América; los sumerios y los egipcios, los retratos del Egipto faraónico y de la Roma imperial; de Giotto, Piero della Francesca, Masaccio, Botticelli y Uccello; de Van Gogh, Cézanne, Matisse, Rousseau, Morandi, Picasso, Bacon, Brancusi, Giacometti, Tàpies; de Velázquez y Goya,…Y también su inspiración en relación con escritores a los que ha pintado, dibujado o grabado: Kafka, César Vallejo, García Lorca, Miguel Hernández, Gabriela Mistral, Rimbaud, Virginia Woolf, y siempre, siempre, Pablo Neruda
Una obra de autor que puede admirarse en el MoMA y el MET de Nueva York, en el Museo de Brroklyn, en el Museo de Arte Contemporáneo de Santiago, en el Museo Nacional de Bellas Artes de Chile, en el Museo de la Solidaridad Salvador Allende, en el Staatliche Museum de Berlín,…
Gracias Roser Bru por tanto y tan bueno, por tu obra, por tu amor por las tierras entreveradas, por tu trabajo incansable de cada día, por tu condición de ‘mujer-pueblo’, por tu lucha por la vida y la libertad, por hacernos evidente el dolor, por tu dignidad, por tu ejemplo.
Aquí podéis consultar las obras del artista que forman parte de la colección.