Arte / libertad

Cuando unimos estas dos palabras tendemos a pensar instintivamente en la libertad del artista, en que se dén las condiciones adecuadas de libertad para que pueda ejercer y presentar su creación, pero tal vez pocas veces reflexionamos sobre el arte como condición de la libertad y sobre la libertad de los ciudadanos respecto de cómo recibimos la creación artística y sobre la expresión de los sentimientos que nos produce.
Es conocida, gracias a diferentes informes que lo vienen reiterando con una alarmante estabilidad, la situación de colistas de los estudiantes de nuestro país en los rankings de valoración del aprendizaje de las herramientas básicas en el entorno escolar. Dado que soy de los que creen que una buena escolarización es un elemento básico de socialización y de progreso, su fracaso me conduce a preguntarme sobre si tenemos y vivimos en un régimen formalmente democrático, por la vía electoral, o si bien tenemos y vamos construyendo una sociedad de ciudadanos libres. Me cuesta mucho creer que pueda existir una comunidad que sea libre sin que disponga de las armas críticas suficientes que le aseguren la posibilidad de vivir en libertad.
Una de estas armas críticas que aseguran el mantenimiento es sin duda la escuela, pero lo es también la cultura y, más concretamente todavía, la libre creación y difusión del arte (en todas sus dimensiones). Las informaciones respecto del nivel de acceso y frecuentación de los bienes culturales y artísticos, nos indican que nuestra ciudadanía tiene un acceso limitado, que este tipo de bienes se frecuentan poco, que son casi siempre los mismos los que los aprovechan, que no existe ningún intento serio de educación artística, y que se adoptan, una tras otra, medidas y reformas que, una vez y otra, no sirven para invertir estas tendencias.
Y sin instrumentos críticos, como repito la escuela y la cultura, los ciudadanos somos incapaces de mantener una democracia. La mayoría de las medidas y planes que se han terminado adoptando y que se adoptan no han hecho variar demasiado nuestra condición de súbditos (sin derechos) o de clientes (sin deberes) que el sistema en marcha parece querer darnos a los ciudadanos.
Existe una especie de analfabetismo cultural que se basa en una especie de ignorancia autosatisfecha y observamos una exhibición generalizada de incultura por parte de nuestros dirigentes, y de nuestras clases dirigentes, que se extiende en todos los ámbitos. Existe un desprestigio fáctico de la cultura por parte de la práctica totalidad de los estamentos de nuestro sistema de organización política y social, y así es muy difícil que puedan sostener eficazmente la arquitectura democrática.
La libertad representa la necesidad de escuchar y la posibilidad de entender los argumentos, posicionamientos o creaciones de otro o de otros; supone tener la capacidad de organizar un debate de argumentos desde la convicción que el debate no deja de ser un instrumento para formarse; presupone la adquisición de unos conocimientos básicos que hacen posible este debate; supone huir del grito, del ruido, de la algarada, de la imposición, del rumor interesado, de la condena a priori.
Pero nos enfrentamos con una realidad en la que parece que cualquier indicio cultural parece excluido del lenguaje público; a una situación en que en la arena pública parece que el único objetivo es elogiar a los que nos son cercanos y vituperar a los que nos son extraños; a una situación en la que parece que se impone el grito como instrumento de convencimiento y como argumento de autoridad; en un clima en el que no se utilizan con suficiente fierza la razón y la argumentación; en una situación en que impera un relativismo, cuando no es un nihilismo, cultural que hace que todo se ponga al mismo nivel y en el mismo saco, porque se trata de que nadie destaque, con lo que se acaba optando por una nivelación de base.
El debate intelectual y cultural no puede basarse en el grito, el sarcasmo o la impunidad. No puede ser bueno, y me parece moralmente reprobable, que el intercambio se produzca en condiciones de sectarismo, de parodia y de miseria cultural. Tal vez debamos cambiar radicalmente y avanzar en el cultivo de la libertad de conciencia y en el respeto de la verdad. Claro que es ciertamente difícil que nos pongamos de acuerdo respecto de qué es la verdad, porque ya se sabe que la mejor imagen que la define es la de un espejo roto. En cualquier caso, me parece que deberíamos avanzar hacia la valoración social del esfuerzo, de la reflexión y de la libre elección.
El arte, en general, para ser apreciado y valorado no quiere demasiado ruido de ambiente, requiere el esfuerzo de ir avanzando lentamente, de penetrarlo, debe ir tendiendo puentes entre la concreción y la abstracción, desde la convicción de que es una especie de juego individual e íntimo en el que se produce un intercambio dinámico. El arte nos va conduciendo hacia encrucijadas, nos estimula a escoger caminos, nos ofrece más preguntas que respuestas, es un ejercicio que nos predispone hacia la libertad.
Tal vez pagamos el no haber tenido, o el haber olvidado, una fuerte tradición humanista e ilustrada: la condición para poder crecer como ciudadanos libres. Y tal vez por ello nos será preciso religar con el humanismo ilustrado. Sin esta base, el arte no deja de ser mera especulación, puro espectro o diversión. Y me parece que necesitamos un arte entendido como arma crítica para poder profundizar en la libertad y para ganar nuestra condición de ciudadanos.

Etiquetas: Arte, Cultura, libertad

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