Arte / puesta en escena

Hoy en día, y cada vez más, no son sólo las obras las que crean los acontecimientos en los museos, en las salas de exposiciones o en las grandes galerías de arte, sino los escenógrafos -ya sean arquitectos, diseñadores o «metteurs en scène»- que las subliman al disponerlas sobre otros pedestales que los de antaño.
Podemos visitar ahora exposiciones muy sensoriales, exposiciones impactantes con nuevos efectos, exposiciones minimalistas…parece como si una especie de danza se hubiera amparado de nuestros museos e incluso la manera de visitar las salas y de mirar las obras parece estar cambiando.
Estos nuevos escenógrafos, que vienen de los más diversos orígenes, estos artistas de las guías, resultan ser la clave de las exposiciones. Pueden ser arquitectos, como el archiconocido y mediático Jean Nouvel, o diseñadores, como Nathalie Crinière, o directores de escena de los templos operísticos, como Robert Carsen, o realizadores, como René Allio. ¿Es una nueva manera de ir hacia o de volver a una especie de multidisciplinariedad entre los oficios artísticos? ¿Es un cambio inscrito en el mismo sentido con que los anglosajones describen la ‘cross-fertilization’? ¿O, en el sentido inverso, nos hallaríamos ante una nueva invasión de los conceptos de marketing y de espectacularidad, en detrimento de la museografía, que ya nos habría llegado o que estaría a punto de llegar?
En realidad, nos hallamos confrontados, como siempre, ala necesidad de contar una historia, el dónde y el cómo un museo o una exposición pueden definir un itinerario y hacérnoslo comprender. Para ello es preciso encontrar el ritmo de la exposición o de la visita al museo, establecer una adecuada jerarquía de los objetos, evaluar su número en relación con el espacio global, que se hablen, que dialoguen, establecer el circuito de visita (o, cuando menos, un itinerario recomendado), estudiar bien los volúmenes (en edificios ya construidos, a veces desde hace mucho tiempo, y que, en cualquier caso, deberán variar en función de las obras expuestas), estructurar el espacio e introducir el color que intuitivamente hará más viva y discursiva la presentación.
Está claro que hay mucho trabajo que hacer, y que hay mil y un aspectos a tomar en consideración, mil y un aspectos a estudiar y a valorar y poner en perspectiva en cada contexto particular. Ya no estamos en el ‘prêt-à-porter’ museográfico, sino que nos encaminamos hacia conceptos de microcirujía o hacia intervenciones de alta costura adaptadas a la talla y a las disponibilidades que presenta cada museo o cada sala de exposiciones.
Pero deben tomarse en cuenta también algunas consideraciones, algunas prevenciones. Porque no se trata de avanzar hacia una especie de gesta arquitectural. Es necesario que los nuevos directores de escena den un sentido al deambular del visitante a través del espacio y del confort. Un visitante que en ocasiones se siente intimidado por el arte y por el saber.
Sería bueno, a mi entender, volver a preocuparse por el concepto de ‘puesta en exposición’. Un concepto que ya pusieron de manifiesto los futuristas, los surrealistas y la Bauhaus, y que luego se eclipsó hasta los años 80. En esta línea, en ocasiones se debería trabajar simplemente respecto de la alusión, solicitando del espectador el concurso de su inteligencia y de su ironía.
Pero convengamos también que estas nuevas puestas en escena no carecen de riesgo. En algunas ocasiones determinadas orquestaciones de itinerarios pueden ser criticadas por los puristas pero apreciadas por el público, o viceversa. De manera bastante espectacular podemos leer críticas cargaditas, ya sea en positivo o en negativo, mientras que la opinión de los visitantes puede ser exactamente la contraria. Y no es sólo respecto de la calidad de la puesta en escena que podemos observar fenómenos de divergencia en el mundo del arte. Y es que, además, los tipos de recepción de la obra o del discurso museográfico varían en el tiempo.
En cualquier caso, me parece oportuno señalar que la relación con el objeto (cuadro, instalación, escultura, grabado, o simplemente un objeto) debe antes que nada provocar la emoción (lo que ya he descrito varias veces como el choque estético), y las explicaciones deben darse después. Me resulta siempre muy chocante que los visitantes de las exposiciones o de los museos, no miren casi las obras pero que lean todos los cartoncitos explicativos con mucha mayor atención…A mi entender, es muchísimo mejor destinar el tiempo a dejarse invadir por la obra, a experimentar y sentir (o no) el choque estético, que a leer. Pero probablemente hay otros pareceres y, con toda seguridad, otras prácticas.
Pero, ¿hasta dónde se puede ir con la puesta en escena?Hay puestas en escena que hacen chillar, otras que no respetan ni las condiciones de luz ni la distancia para las que las obras fueron pintadas, e incluso otras que son demasiado invasivas y que no ponen suficientemente en valor las piezas expuestas, sumergidas bajo un exceso de luz o de decorado…Siempre hace falta la justa medida, la aproximación sin ruptura, superar la voluntat de impresionar a cualquier precio, evitar el exceso, los excesos…pero, a mí me gusta ver a la gente deambular entre las obras maestras, me gusta que se quiera pasar de la simple contemplación a una cierta familiariedad. Pero para llegar a ser realmente familiar, hace falta respeto, distancia, moderación,…, y ser o sentirse invitado. ¡Pero, caramba, hay algunas personas (público o directores de escenografía) que se invitan demasiado!

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