Arte / silencio

Vivimos en unas sociedades ahogadas por el ruido. Tal vez porque existe mucho miedo a interpelarse o porque tenemos mucho miedo a enfrentarnos a nosotros mismos, parece que preferimos vivir rodeados de ruido. Nuestras ciudades son ruidosas, nuestros hábitats son ruidosos, la forma general de divertirse es ruidosa. Decimos, dialécticamente, amar la paz y el silencio del campo y el contacto con la naturaleza, pero vivimos con la oreja pegada a un transistor o a un iPod, o tenemos conectada la tele como ruido de fondo o ponemos música ambiente con tal de no estar solos.
En el fondo, creo que esta tendencia a rodearnos de ruido pone en evidencia nuestro miedo al silencio, nuestro miedo a reflexionar sinceramente, a caminar por la cuerda floja…
Y, en cambio, sería tan bueno poder disponer de espacios de silencio, de espacios de reflexión, de espacios sin ruido (como hay espacios sin humo), y sería tan formidable que aparte de decir que los buscamos, los encontrásemos…pero claro para ello deberíamos hacer un esfuerzo, y se está tan bien con un poco de ruido para hacer la siesta…
En el mundo de las artes, la diversidad de posicionamientos en relación al ruido, o a la inversa en relación al silencio, es patente. La música, por ejemplo, está basada en la producción de sonidos por parte de los emisores y en el silencio por parte de los receptores. Idéntica situación se da en el mundo del teatro y del cine: el actor en ambos casos rompe el silencio para narrar una historia o una situación y es preferible que los espectadores estén en silencio (aunque el consumo de palomitas de maíz y la forma ostensible de beber por parte de algunos lo haga más difícil…).
En el caso de las artes plásticas habitualmente la situación es exactamente la inversa. En la mayoría de los casos el artista no está presente (si exceptuamos los ‘vernisages’, evidentemente sólo en el caso de artistas vivos) mientras que los espectadores pueden romper el silencio para expresar sus comentarios o sentimientos en relación a una obra (sea ésta una pintura, una escultura, una instalación o un grabado).
Contemplando una exposición o visitando un museo, muchas veces me ha venido a la cabeza la reflexión de que me gustaría mucho que el comportamiento fuese el mismo que se da en una sala de conciertos o en un teatro o un cine.
Quiero decir que me gustaría escuchar al autor (pintor, escultor, grabador, o…) y que el público permaneciese en silencio. Podríamos, no obstante, acordar que el artista visual habla, se expresa, a través de su obra. Es la obra la que habla por él y la que nos habla. Pero es cierto también que, normalmente, visitar una exposición comentada por el artista o por una persona formada representa un verdadero valor añadido. Esto no siempre es posible, de hecho sólo lo es en el caso de artistas vivos y en determinados momentos o circunstancias, que no pueden extrapolarse a todo el tiempo de visita de una exposición.
De todos modos, me gustaría ser capaz de atraer la atención sobre el tema del silencio de los espectadores. La contemplación de una obra es un diálogo entre el artista y el visitante, y para que la magia opere y seamos capaces de captar todos los matices, se necesita tiempo, un mínimo de conocimientos estéticos, un gusto por el arte…y silencio. Porque si hay mucha gente y/o mucho ruido, la visita pierde intimidad y uno puede salir decepcionado y/o enfadado.
Supongo que no soy el único a quien pone de mal humor oír comentarios del tipo: “esto yo también lo sabría hacer”, “mi hijo pequeño lo haría mejor”, “no sé qué le ven”, etc., etc. Tal vez algunos consideraréis que parto de una posición elitista y que todo el mundo tiene derecho a expresar su opinión. Sí, estoy de acuerdo, pero con dos condicionantes: primero, no es necesario que se hable tan alto para que toda la sala se vea obligada a conocer los criterios de alguien sobre una determinada obra (entre otras cosas porque si todo el mundo hiciese lo mismo el guirigay sería de proporciones estratosféricas); y segundo, se precisa un mínimo de sutileza, de interés y de conocimiento de contexto para poder pasar de la emisión de sonidos guturales o de frases despreciativas o banales a emitir argumentaciones mínimamente sólidas aunque sean discordantes.
Este artículo viene a cuento porque tengo la impresión de que los decibelios están aumentando de forma considerable, y parece que imparable, en los recintos destinados a exposiciones o en los museos y porque tengo la íntima convicción, contra tal vez algunas opiniones generalizadas, que yo no sabría hacer ni de lejos lo que hicieron o han hecho Picasso y Miró u otros grandes artistas contemporáneos. Por eso, me gustaría tanto poder disfrutar del silencio: para poder contemplar libremente las obras de arte y para poder dialogar con ellas.

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