En cualquier exposición artística hay un título de crédito imprescindible: el nombre del comisario. Su importancia es capital, hasta el punto que, en algunos casos, puede llegar a determinar el éxito o el fracaso de una exposición. No es un crítico ni un conservador de museo ni un historiador del arte, aunque algunos de entre ellos pueden llegar a ser comisarios…La figura del comisario, que empezó a perfilarse hacia los años 60 del siglo XX, ha jugado un papel importante en el boom expositivo vivido en el conjunto del Estado la pasada década, pero, como todo el movimiento artístico, vive un presente menos brillante.
En mi opinión, estos últimos años, se ha dado demasiada información en el mundo del arte sin que haya habido la capacidad de digerirla. Ha habido mucho trabajo y se ha trabajado mucho pero tal vez ha sido demasiado intenso y de golpe y el arte necesita tiempo para poder procesarlo. Se ha podido acceder a mucha oferta cultural, pero sin formación cultural, y por eso sólo ha acabado quedando una capa de barniz. Todo ha sido muy epidérmico y rápido. Por eso ahora necesitamos repensar el camino recorrido para intentar consolidar lo existente a partir de otras bases y referentes. Entre estos referentes deberán jugar un papel significativo los comisarios.
¿Qué hace exactamente un comisario de arte? Como explicación corta podríamos decir que una exposición no puede consistir en una acumulación sin sentido de obras. Debe contarse una historia, una idea, y quien la cuenta es el comisario. Su trabajo consiste en crear un campo de actuación en el que las obras no estén desconectadas de su entorno, de forma, que lo que se consigue es activar su carga crítica. Tal vez podría también afirmarse que la función del comisario es consecuencia de la pérdida de relevancia del crítico o del historiador del arte en el circuito comercial (el de las galerías) y en el institucional (el de los museos), y porque al mismo tiempo ha ido surgiendo el mercado del arte, y el galerista y el coleccionista han tomado un camino paralelo al de la crítica.
Un comisario supone pues una especie de plataforma de interfase entre los establecimientos públicos, el sistema artístico y la sociedad, sin dejar de ser al mismo tiempo un pensador, un investigador, un educador, un productor y un mediador.
ESte trabajo, además, debe suponer un contacto directo con los artistas, especialmente en el caso del arte contemporáneo. De tal modo que se acabe creando una especie de dependencia positiva que facilite que el comisario plantee unos desarrollos conceptuales mediante el trabajo de los propios artistas. Entre el comisario y el artista debe acabarse estableciendo una relación de autonomía y complementariedad.
Pero, ¡ojo!, la intervención del comisario no es nunca neutra. Tratándose de un mediador entre el creador y el público, el comisario desarrolla una idea, una tesis, que tiene relación o bien con una investigación o bien con una propuesta de nueva lectur de la obra o del contexto de la obra en cuestión. Es un facilitador, pero tiene discurso propio y tiene posibilidades de influir en la recepción del hecho artístico por parte del público. Tiene pues un papel de influencia.
Un comisario es una especie de juicio ordenador en el mundo del arte con el fin de facilitarnos su conocimiento, su comprensión y su disfrute y para acercar a los diferentes actores que participan en el hecho artístico (artistas, coleccionistas, críticos, gestores de infraestructuras, conservadores, galeristas,…). Pero un comisario, a pesar del nombre, no debe transformarse en un ‘sheriff’, no debe sentar doctrina. Debe ser alguien que cuida y nos cuida. ¡Bienvenidas sean sus curas y atenciones!
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