Empecemos con algunos enunciados difíciles de rebatir y que, sumados, generan un problema: un artista hace obras de arte, un comisario hace exposiciones, un artista hace exposiciones, un comisario no hace obras de arte. O sea, dos papeles profesionales con sus marcos de trabajo, con algunas coincidencias pero no exactas. Al ver quién hace qué y quién no, nos encontramos con una situación de intereses cruzados y en buena medida compartidos, una situación algo desigual con capas de significado y miradas compatibles. No es lo mismo pensar en obra que pensar en exposición. También tenemos eso que se encuentra entre las ideas y lo real, algunos desencuentros y mucho diálogo. A veces diálogo tortuoso, a veces esclarecedor.
Los condicionantes externos a la exposición también son definitorios en las formas: la velocidad de acción y la asunción de un sistema institucional en el arte provoca compartimientos estancos. La estructura institucional tiene una comunicación directa con la estructura económica, las exposiciones se entienden como un producto que tiene un tiempo determinado pensado para un consumo específico. Y la temporalidad del programa de exposiciones en un centro de arte depende, en buena medida, de la capacidad de atracción de visitantes que pueda tener. Los tiempos y ritmos de la exposición responden entonces tanto a una voluntad de redefinición como a una demanda. Tenemos que llenar el museo de gente: hagamos más eventos en nuestras exposiciones. Tenemos que vender más: hagamos exposiciones que sean más cortas y así trabajaremos en la novedad.
Pero, al mismo tiempo, existen enormes posibilidades en los compartimientos estancos: en el mundo del arte, la capacidad de adaptación al medio para modificarlo es altísima. En un terreno de cambio constante el replanteamiento curatorial del hecho expositivo ayuda a entender que sí, que se pueden lograr esas pausas y cambios de ritmo que implican una capacidad crítica. En esos giros, en la acción de redefinición, se encuentra buena parte del trabajo de los comisarios. Los experimentos, el salirse de madre, son vías de investigación para saber dónde están los límites, si los hay.
Así que, volviendo a la pregunta inicial, ¿De quién es una exposición? No hay miedo: La exposición es de quien la ha comisariado, pero también es de los artistas. Y de las instituciones, de las galerías, de los usuarios, de los montadores, de los vigilantes de sala, de los gerentes de museos, de los políticos, de los que pagan impuestos, de los que los no los pagan al esponsorizar -precisamente- la exposición. Lo que sí debe haber es pasión, amor, deseo por y para la exposición. Lo que sí debe haber son emociones, preguntas, investigaciones en múltiples formatos, sensualidad en el contacto y capacidad de atracción. Y lo que necesitamos es práctica, meterse a ello, equivocarse, y aceptar que se puede trabajar en los márgenes de lo establecido también desde dentro.
Sin comentarios