Atrapados y atareados como estamos con la cruel e injusta crisis sistémica que padecemos en Europa occidental (unas sociedades más que otras, todo hay que decirlo) tal vez no nos demos suficientemente cuenta de que el mundo sigue girando…
Ensimismados como acostumbran a estar los artistas en sus torres de marfil (aunque en algunos casos, tal vez demasiados, sería más justo hablar de torres de barro), tal vez no se den cuenta de que la búsqueda de la belleza y del choque estético no les exime de su condición de ciudadanos…
Atrapados, atareados y ensimismados como estamos unos y otros, tal vez no atinemos a reflexionar sobre las amenazas que surgen contra nuestro sistema y estilo de vida y las derivaciones que, necesariamente, ello podría tener para el mundo del arte, para los que somos partidarios de la libertad de expresión y de pensamiento y contrarios a la prohibición arbitraria y a la censura permanente, especialmente si se hace en nombre de no importa que Ser supremo o idea totalitaria.
Sigmund Freud distinguía el miedo (amenaza precisa e identificada) de la angustia (amenaza identificada pero difusa) y del pavor (amenaza inédita pero indescifrable). Este sentimiento de pavor, sobre el que los griegos clásicos establecieron la tragedia representada y que ya habíamos sentido con la salvajada del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, rebota de nuevo contra nuestro rostro (de ciudadanos y de artistas) cuando vemos ondear la bandera negra de un supuesto califato islámico y esa nueva arma de guerra y de propaganda que consiste en ofrecernos imágenes de la decapitación de periodistas occidentales.
Y hete aquí que nos enfrentamos a un enemigo poderoso (militar e ideológicamente hablando) ante el que nos hallamos indefensos. Y Europa, ¡oh, sí!, el oasis o balneario europeo (a pesar de que tenemos un conflicto abierto bien cerca, justo en Ucrania) tiene unos ojos que no ven y unas orejas que no escuchan. Los europeos buscamos todas las escapatorias posibles (especialmente mentales) para no confrontarnos con el problema del yihadismo o del expansionismo ruso…Todos, tomando las aguas…
Pero, ¿por qué Europa y sus instituciones no reaccionan? ¿Porqué los ciudadanos europeos acabaremos con un diagnóstico de tortícolis mental de tanto mirar para otro lado? Pues porque Europa está atenazada por el pavor y petrificada. ¿Existe una decantación suicida de la Europa democrática? Europa es el continente más bello del mundo, un milagro de civilización y de excelencia y la fuente de algunos de los valores más nobles de la Humanidad, pero es, asimismo, un continente donde las guerras más crueles han germinado y se han desarrollado, donde el germen del totalitarismo se ha incubado y crecido y hoy en día es un continente envejecido y con miedo a casi todo…Europa no se movió cuando el genocidio armenio, se movió de manera insuficiente para defender los valores democráticos en España y no levantó ni un dedo ante la Shoah ni ante los crímenes del estalinismo…y lo peor es que los malos espíritus vuelven (a veces da la sensación de que el huevo de la serpiente vuelve a incubar…). ¿Volveremos a cometer los mismos errores? ¿Continuaremos mirando, ciudadanos y artistas, para otro lado? ¿Agacharemos de nuevo la cabeza ante la tortura, la inquisición supuestamente teológica, la agresión al otro, al diferente? ¿Dejaremos que se practique con todo su cinismo la compasión y la indignación selectivas, sólo en función de los réditos que se puedan sacar a nivel local?
Hannah Arendt decía que detrás del totalitarismo hay siempre algo más profundo: la ‘voluntad de pureza’, ‘la voluntad de sanar’, la negación del ‘mal radical’ que es remplazado por la idea de que la sociedad está ‘enferma’ y que hay que ‘curarla’, que hay que eliminar los virus (sean éstos el pueblo judío, la burguesía, o cualquier otro chivo expiatorio).
Podemos hacer ver que esto no va con nosotros, pero si continuamos pensándolo y actuando en esta línea, el totalitarismo (ahora, a veces, disfrazado de populismo) continuará creciendo, y todos, como ciudadanos y artistas, acabaremos pagando la consecuencia de una actitud que consiste en tener ojos para no ver y tener orejas para no escuchar…
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