¿Es necesario conocer la historia del arte para apreciar el arte?

Recientemente, en el marco de los «Lunes del Grand Palais» en París, tuve la suerte de asistir a un interesante debate a propósito de este tema. Alain Jaubert, Claude Mollard, Nathalie Heinich y Thierry Geffrotin fueron los protagonistas de esta sesión.

Me gustaría ahora presentaros algunas de las conclusiones de este debate así como mis propias ideas acerca de esta cuestión.

Para empezar, tal vez la cuestión «es necesario conocer…» no sea la más adecuada para iniciar la reflexión. Probablemente, podemos llegar a un acuerdo en el sentido de que no es bueno levantar barreras en cuanto a la legitimidad para disfrutar del arte. A mi entender, el placer nutre el conocimiento, quien a su vez alimenta el placer, y éste alimenta el conocimiento y así consecutivamente…

En segundo lugar, tal vez la causalidad, si quiere establecerse un continuum lógico, deba invertirse: es porque alguien aprecia el arte que va a interesarse por la historia del arte. Parece necesario sentirse atraído, amar, disfrutar del arte para después tener interés en conocer la historia de ese arte. Amar el arte es un instinto, un apetito espontáneo, un impulso…Hete aquí, pues, la ecuación justa: apreciar el arte para poder y querer conocer y profundizar la historia del arte.

¿Pero, que sentimos damos a la expresión «apreciar el arte»? Pueden existir dos aproximaciones diferentes: o bien disfrutar o bien aportar un juicio crítico, atribuir un valor. Ambas son legítimas y a mi parecer consecutivas: hace falta disfrutar antes de poder emitir un juicio de valor. No parece necesario haberse aprendido las categorías antes de apreciar, en el sentido que le hemos dado de disfrutar. Pero para emitir un juicio de valor, parece necesario ser más sabio, ser más prudente.

La facilidad para apreciar depende de la cultura que se hereda, o que se puede heredar, es lo que se denomina el «habitus», en el sentido que le daba el sociólogo Bourdieu. Es decir, que la familiaridad con las obras de arte cuenta más para un niño que el saber, que los conocimientos sobre arte. Lo que acaba marcando la diferencia es la frecuentación de las obras, en familia o con la escuela, de ahí la importancia de la escuela como punto de anclaje para poder adquirir las herramientas para una adecuada percepción.

Dos conclusiones para acabar: primero, si os gusta el arte, no consagréis demasiado tiempo a conocer a fondo la historia del arte, porque ésta se rescribe con el transcurso del tiempo, y pongo para ello dos ejemplos: no fue hasta el siglo XIX que el gótico fue considerado un arte, y en la misma línea, señalar que La Tour o Vermeer no han sido descubiertos ni apreciados que desde hace bien poco; la segunda, es necesario amar el arte para poder conocer o querer conocer la historia del arte, la cual de todos modos continua representando una experiencia filosófica interesante.

En cualquier caso, la experiencia de la libertad y el gusto por la libertad constituyen las bases del amor al arte y también convendremos que para comprender y aprehender el arte, la práctica es importante (la educación del ojo) porque la práctica lleva a ultrapasarnos. Aprender significa convertirse en otro.

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