Grabados de Durero y el Memento mori

Desde finales del siglo XV, la Muerte se representa en la mayoría de obras como un esqueleto, pero también a menudo se la representa como un personaje híbrido, salpicado por colgajos de carne y matas de pelo, recientemente fallecido, y que aparece en situaciones más individualizadas, que tienen más bien poco que ver con la danza macabra. A veces se trata de la simple representación del personaje, como en el dibujo de Hans Baldung Grien titulado La Muerte con el estandarte inclinado, en el que el estandarte se transforma en mortaja. Pero la mayoría de veces, se trata de encuentros entre la muerte y los vivos, en los que el memento mori es el tema esencial, aunque en ciertas variantes como la joven y la Muerte no se relacionan directamente con esta temática, sino más bien con la dialéctica entre el Deseo y la Muerte. Un ejemplo intermediario es el grabado sobre cobre de Durero, El Paseo amoroso o Pareja amenazada por la Muerte (hacia 1498), que bien podría ser una pareja adúltera, puesto que la mujer luce una cofia de mujer casada. La mirada profunda que dedica el joven a la mujer mostrándole la naturaleza que hay alrededor es contrabalanceada por el rictus de la Muerte, escondida tras un árbol y agitando su reloj de arena.

Albrecht Dürer, "El Paseo amoroso", aguafuerte, c. 1498

Albrecht Dürer, «El Paseo amoroso», aguafuerte, c. 1498

Un motivo habitual es el de la Muerte representada como parca, a veces a caballo, tal y como aparece en la viñeta representando a los cuatro jinetes del Apocalipsis en la Biblia editada en Estrasburgo en 1485 por Johann Grüninger. De un nivel artístico muy superior es el grabado de Durero sobre el mismo tema (hacia 1497-1498), que muestra a una Muerte barbuda, que nos hace pensar en las representaciones de Saturno, cabalgando y brandando una horca.

Como verdadero contrapunto a numerosas representaciones hechas por Durero de vigorosos équidos inspirados en las estatuas ecuestres que pudo ver en Padua o en Venecia, este motivo de la Muerte a caballo lo volveremos a ver cuando menos tres veces en su obra. Mencionemos, en este sentido, primero un dibujo hecho a pluma (1502), que por su forma, parece ser preparatorio de una vidriera: la Muerte representada como un arquero, encaramada sobre un desgraciado rocín que tiene una campanilla que debe tocar el tañido fúnebre, y que amenaza a un humano invisible, al que se dirige conminándole a que vigile de no volver a encontrarse con el trineo mortuorio que puede percibirse tras ella.

El segundo es un extraordinario dibujo al carboncillo, de 1505, La Muerte coronada por un rocín, conocido también como El Rey Peste, en el que la fecha y el monograma del artista acompañan la expresión “Memento mei”. Si bien el personaje, que sostiene la tradicional hoz, está ya esquelético, el caballo todavía está vivo, aunque muy delgado, y avanza con un paso lento, con el cencerro atado al cuello.

La tercera ocurrencia es, evidentemente, El Caballero, la Muerte y el Diablo (1513), una de las tres “Meisterstiche” (obra maestra). Sólo señalar que en este grabado, ampliamente documentado y estudiado, la Muerte está presente dos veces: por el cráneo puesto sobre la piedra abajo a la izquierda y que supera la plaqueta que lleva el monograma y la fecha, memento mori personal de Durero, así como por el personaje a caballo que aparece en el grabado y que es del mismo tipo del que hemos comentado anteriormente. Tanto la Muerte como el Diablo parece que se dirigen al Caballero quien, imperturbable, prosigue su camino hacia la luz, pero asimismo hacia el cráneo. ¿Se trata de una alegoría del caballero cristiano, como ha sido propuesto a menudo, o bien se trata de la de un creador andando hacia lo desconocido, hacia el Conocimiento haciendo de este modo un guiño a la Melancolía?

caballero

También podemos confrontarnos con que el personaje aparezca como próximo al tipo medieval del Hombre salvaje, personificación de los instintos subyacentes, apreciados como potencialmente peligrosos, de la naturaleza humana. Podemos verlo en uno de los primeros grabados sobre cobre de Durero, denominado justamente Der Gewalttätige (El violento, c. 1495), en el que la Muerte se apodera de una mujer, con un objetivo explícitamente sexual, anunciando con ello el posterior desarrollo del tema de la joven y la Muerte. También nos encontramos con el mismo hombre salvaje en el Blasón de la muerte (1503), con una gesticulación en este caso menos incontrolada, pero de todos modos fuertemente insistente respecto de una joven reticente, pero halagada, como se produce frecuentemente en este tipo de encuentros.

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