Jaume Pla, grabador y arquitecto de libros

Jaume Pla (1914-1995) era un devoto del poli-miroir. Cuando Rosa Vives, grabadora y profesora, empezaba su estancia en París y se iba introduciendo en el mundo del grabado, le fue a ver y fue él quien le indicó dónde podría adquirir planchas de cobre poli-miroir (para la pequeña historia, en la casa Grognard, en el 27 de la rue de la Huchette). Se trata de un cobre preparado como si fuera un espejo que aún hoy en día es desconocido aquí.

El poli-miroir era un acabado que Jaume Pla tenía establecido como condición sine qua non si se quería obtener un buen grabado. Y, realmente, el resultado que salta a la vista es la luz que ilumina sus estampas, una característica que, conjuntamente con la esencialidad de su trazo, conforma el estilo definitorio de sus grabados, un estilo particular y único en el grabado catalán contemporáneo.

Leyendo su libro, divulgativo y pedagógico, “Técnicas del grabado calcográfico y su estampación”, podemos destacar dos aspectos que definen su obra grabada: uno es el gusto por el material y la consciencia de que es parte inherente del resultado final; y el otro es la importancia que concede al trabajo de las manos, a la creación directa, a la ejecución manual de la idea mental. Porque Jaume Pla era un buen grabador pero también era un buen arquitecto de libros.

En relación con este aspecto de su obra, debemos tener en cuenta que Pla consideraba que un buen libro es el resultado de la suma del valor literario del texto, de la perfección de la parte tipográfica y del acierto en las ilustraciones, si hay, en su doble relación, espiritual con el texto y material con la tipografía. Él mismo escribe en el libro antes mencionado que el resultado obtenido juntando estos elementos debe ser armonioso, personal y con carácter. Aunque, acto seguido concluye: “Un libro puede llegar a ser una obra de arte y para conseguir obras de arte no existen fórmulas”.

El libro entendido como una obra de arte es una aportación genuina de Jaume Pla, compartida con Michel Butor, escritor francés de la corriente del nouveau roman, recientemente fallecido, y que predecía que “los únicos libros que nos interesarán son los que se puedan considerar como una obra de arte”. Tal vez este pensador del libro en sus variantes de bibliófilo y de libro-objeto resulte un poco dramático con esta aseveración…

Pla trabajó con las mejores plumas del momento: desde el primer libro, Les coses benignes (Las cosas benignas), de Joaquim Ruyra (1944), a Les comarques del Principat (Las comarcas del Principado), con Josep Maria Espinàs (1970-76), pasando por Carles Riba, Josep Carner, Camilo J. Cela, Josep V. Foix, Miguel Delibes, Joan Fuster, etc., por citar sólo algunos. También deben destacarse sus valiosísimas aportaciones a las ediciones de la Rosa Vera. Y si hemos citado a los insignes escritores con los que trabajó, citaremos también su amistad y colaboración con el maestro Pablo Picasso, con quien trabajó en la edición de Gavilla de fábulas sin amor (1962). Ciertamente trabajó con los mejores tanto en el campo de la literatura como en el de las artes visuales.

Sus libros podían ser de pequeño o de gran formato, pero eran siempre asequibles a las manos. Las manos que Pla enaltecía, como enaltecía el fruto del trabajo de nuestras manos. El papel, la fibra, el acabado y el tono. Un papel noble, de hilo, con barbas naturales y filigranas propias, de un tono blanco antiguo, extra o pajoso pero con un brillo dorado…Papeles que, especialmente, garantizaban una perfecta impresión de texto y grabado. Y una tinta que anclaba las letras y las imágenes en el papel con las presiones más precisas.

Los contenidos literarios siempre los plasmaba en tipografías selectas, con un exquisito cuidado en la calidad de los tipos, que redundaba en la lectura fluida de las palabras; y las imágenes grabadas, las ubicaba con talento, ya fuesen inseridas o asociadas, pero nunca volantes, siempre bien fijadas. Y todo ello conformando una composición que hacía un gran elogio del vacío o del blanco de la hoja de papel, un papel con márgenes respetuosos que no deben distraer la lectura de los signos, sino al contrario, que deben estar en  la proporción exacta para enmarcar el foco de atención en el contenido.

Todos estos elementos que hemos descrito son el resultado de una amistosa colaboración en un arte coral. Pla tenía el papel definitorio en la confección de sus libros. Como autor o como editor tuvo siempre la batuta de una particular camerata en la que intervinieron escritores, pintores, escultores, grabadores, o simples iniciados en el uso de la punta o del buril, papeleros, estampadores, encuadernadores y editores. Una organización que requería siempre determinación y una hoja de ruta clara, una bitácora de trabajo bien marcada y la elección de los mejores profesionales. Él sabía hacerlo y lo hizo.

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