He dedicado una serie de artículos a la autofinanciación de las entidades artísticas, a la función y realidad del mecenazgo y a la posibilidad de poner en marcha un sistema de financiación mixta de la cultura. En estos artículos he intentado abordar diferentes temas, aunque soy consciente que de forma demasiado esquemática, como qué tipo de cultura queremos, para quién, cuál es la demanda, qué debe hacerse desde el lado de la oferta y desde el de la demanda, cómo podemos sumar esfuerzos y con qué sistemas de financiación y gobernanza. He presentado también algunos datos que permiten centrar el tema.
El artículo de este semana lleva como título una pequeña provocación: la cultura no tiene precio, pero tiene coste. Un título que me ha inspirado mi experiencia en el campo de la sanidad, porque como todo el mundo sabe la salud no tiene precio, pero tiene coste. Y como muestra los debates alrededor de los recortes que estamos experimentando.
¿Qué quiero decir con este título? Pues que el debate sobre la financiación de la cultura hace mucho tiempo que estaba pendiente, que hemos vivido de eufemismos, que en algunos casos hemos exagerado la nota (incluida la nota como recibo), que nos hemos permitido un exceso de capacidad y que los mecanismos de gobierno y control han sido algo débiles (para decirlo con elegancia). El resultado es que ahora se ha iniciado una carrera para mejorar, por ejemplo, el tratamiento fiscal al mecenazgo, algo que deberíamos haber hecho en circunstancias más favorables. Todo esto es necesario pero, a mi parecer, no será suficiente.
No será suficiente porque hay muchos debates pendientes, y porque será necesario priorizar estos debates. Todo a la vez como método no parece muy eficaz ni creo que permita avanzar en líneas coherentes, a parte que debe preservarse la diversidad cultural, que incluye entre otras la lingüística, algo que en España y en el conjunto de Europa, aunque sea con pereza, debe recordarse siempre.
Para empezar podríamos hablar de precio y coste, pero de todos modos lo primero que debería establecerse es de qué estamos hablando cuando hablamos de cultura. A mi parecer, cuando se habla de cultura deberíamos analizar 5 grandes capítulos:
-del patrimonio y de su conservación (básicamente función del sector público, pero con posibles intervenciones del sector privado),
-de su aspecto educativo: educar para la sensibilidad, para el conocimiento, para la actividad profesional o no (con un sistema participativo mixto público-privado),
-de las industrias culturales asociadas al turismo, a los fenómenos de masas, al espectáculo (con preponderancia del sector privado),
-su fuerza como fenómeno identitario: como símbolo o marca de diferenciación (básicamente impulsado por los decisores públicos),
-y de su aspecto crítico e intelectual, como posible condicionante de la opinión pública (una actividad básicamente en manos de los creadores y otros agentes culturales).
Mediante esta general aproximación ya vemos que coexisten responsabilidades compartidas, campos de actividad fluctuantes y un cierto reparto muy matizado de áreas de interés. Si todo eso se da, tal vez también es una señal para hacernos comprender que la financiación también debe ser compartida, con responsabilidades, actividades e intereses también compartidos.
Cuando se comparte debe establecerse de manera clara y diáfana, y a ser posible antes de empezar la cohabitación, los derechos y responsabilidades de cada cual. Y en este campo, saber quién, cómo, cuando, qué y dónde son cuestiones que deben tener respuestas sin margen para el error o la improvisación.
Ciertamente la cultura es una de las bases de la convivencia, es nuestro paracaidas anímico, aquello que nos queda cuando todo se olivida y, por tanto, no tiene precio. No puede ponerse precio a una actividad que nos hace personas y que permite trascendernos, pero ello no significa que las infraestructuras y actividades que permiten el acceso y su ejercicio no tengan un coste. Y un coste que debe establecerse mediante parámetros asumidos, coherentes y compartidos.
Por ello si se defiende, como defiendo, una financiación mixta de la cultura, los costes tienen una relevancia de cara al establecimiento consistentes y durables. Todo ello debe comportar la necesidad de desarrollar las estructuras financieras de las entidades culturales, olvidar la política de parches, repensar las relaciones externo-interno, favorecer la comunicación en todos los aspectos de la actividad cultural, establecer mecanismos de medición de resultados e impacto, mejorar en el proceso de rendición de cuentas, saber que a veces los tiempos de los diferentes agentes son distintos y actuar en consecuencia… En definitiva, necesitamos buscar un buen equilibrio entre la supervisión y la libre competencia.
Vasto programa, que tiene costes, aunque no tenga precio. Y a buen entendedor…
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