La rápida circulación de imágenes que se dio en todo el mundo, y especialmente en Europa, durante el siglo XVI puede ser comprendida a partir de propuestas como la de Serge Gruzinski. Este autor encauzó el estudio de la circulación de personas, libros, obras de arte y otras mercancías desde la perspectiva de una globalización del mundo que, según él, habría comenzado en ese siglo a partir del surgimiento de las monarquías absolutas y como consecuencia de los intercambios desarrollados entre las diferentes partes del mundo.
A partir de una historia cultural amplia, descentralizada, atenta a los diferentes grados de permeabilidad y a los cruces entre civilizaciones, puede comprenderse que la incorporación de nuevas geografías al imaginario del mundo moderno y el contacto entre puntos distantes en el mapa mundial encauzó la existencia de conocimientos compartidos, de una sincronización de las diferentes culturas del mundo y de una abolición de las distancias. Es en este sentido que parece desplegarse el concepto de red.
Y dentro del intenso flujo de mercancías que circularon en el siglo XVI, las imágenes desempeñaron un papel fundamental. Existen muchas formas de aproximarse a la imagen en la Edad Moderna: ya sea como creación inspirada de un artista, o como transmisora de los más variados saberes, o como soporte para la plasmación del poder, o como instrumento para la imposición de los valores occidentales o de una parte del cristianismo (católicos contra protestantes y viceversa), o como producto manufacturado de alta rentabilidad…Su circulación nos habla de la difusión de variados intereses por el mundo así como de los vínculos entre los individuos que las concibieron, las crearon, las comercializaron o las condujeron a través del espacio.
En vista de esta perspectiva, resulta interesante el concepto de imagen nómade que introduce Hans Belting (en ‘Antropología de la imagen’, Katz, Buenos Aires, 2007). Aunque el autor presenta esta idea con el objeto de explicar el modo en que las imágenes pueden adaptarse a los diferentes medios que las contienen, su teoría nos abre una puerta para abordar la creación de imágenes, basadas en modelos previos, que conduce a la circulación de un mismo motivo desde diferentes puntos de producción y sobre distintos soportes.
Así, podemos ver y estudiar cómo la imagen migra del lienzo creado por el artista inventor de los motivos (invenit) a la plancha del grabador (fecit) y luego a la lámina en el taller del impresor (excudit), para ser introducida en los circuitos comerciales junto con libros, telas, peines y anteojos, y apropiada para hacer nuevas creaciones en Europa, América o Asia que darán lugar, a su vez, a nuevos lienzos (copias) y a nuevas láminas.
Resulta necesario, de todos modos, destacar que, si bien existe una cuantiosa documentación relativa al comercio de imágenes, continúan siendo pocas las fuentes que mencionan los temas trabajados o bien que se refieren a conjuntos identificables. A falta de una documentación más exhaustiva, pues, la circulación de imágenes puede ser comprobada a partir de la identificación del uso de modelos (tanto estampas como pinturas) para la creación de nuevas imágenes. Por consiguiente, si una imagen creada en Amberes es reelaborada en París y luego ésta es utilizada en México o en Roma, puede establecerse el alcance geográfico del motivo y de cada imagen en particular.
Pero ello no es fácil y resulta laborioso, por eso no resulta descabellado pensar que éste será un campo de predilección para historiadores del arte que tengan una real vocación por estudiar cómo se produjo la globalización cultural en general, y la de las imágenes en particular, a lo largo y ancho del mundo conocido en el siglo XVI.
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