En las principales cadenas de televisión, hay una serie que tiene un éxito casi planetario y que es conocida como ‘Los expertos’. Estos expertos analizan, chequean, buscan con el fin de descubrir los objetivos y modalidades entorno de un crimen. Y el público se apasiona con ello. En otro registro, a mi entender mucho más positivo, también existen los ‘expertos’ del arte, los profesionales que chequean, analizan y buscan en relación a la producción de una obra de arte, a su proceso de creación y a los itinerarios que sigue una pieza. Porque en el mundo del arte también hay abusos, falsas atribuciones, litigios, copias…Es un mundo apasionante que me gustaría ayudaros a descubrir.
Y como en algunas series televisivas vamos a empezar por viajar al corazón del tema; hablaremos de un centro que está en la avanzadilla, uno de los mejores centros para los que buscan en el mundo del arte.
Efectivamente, en el Museo del Louvre, los visitantes se pasean sin tener la menor sospecha de que en el subsuelo hay unos investigadores que chequean y buscan la verdad para determinar la autenticidad de los objetos de arte. Para llevar a cabo estas investigaciones, los científicos del ‘Centre de recherche et de restauration des Musées de France (C2RMF9)’ (Centro de investigación y restauración de los Museos de Francia) utilizan el Acelerador Gran Louvre de análisis elemental, llamado ‘Aglaé’, que es capaz de analizar con precisión la composición química de cualquier objeto sin necesidad de trocearlo. Aglaé dispone de un cañón de 25 metros que bombardea mediante iones el objeto en cuestión. La materia reacciona y reenvía rayos X que contienen la ficha de identidad química del objeto.
En la mitología griega, Aglaé, la más joven de las Tres Gracias, simboliza la belleza. Un nombre adecuado para este florón tecnológico del C2RMF. Uno de los innumerables medios tecnológicos punteros de que disponen los expertos del Centro.
En este tipo de organismos (como también es el caso del ‘Centre de Restauració de Béns Mobles’ de Catalunya), encontramos profesionales con formaciones variadas: químicos, fotógrafos, físicos, radiólogos, ópticos, documentalistas, informáticos, médicos, restauradores, conservadores, historiadores del arte y arqueólogos, entre otros. Esta diversidad de oficios no deja de ser una paleta transversal y multidisciplinar al servicio de los museos. Y hete aquí otro ejemplo de la relación entre ciencia, tecnología y arte, porque el reto de este tipo de centros es interpretar mejor las interacciones entre la investigación científica y la restauración de obras de arte.
Este tipo de centros se parecen a una colmena. Habitualmente hay una cámara negra, una biblioteca, habitaciones con espacios reservados para los laborantes, una sala de control donde algunos especialistas hacen funcionar el acelerador y salas de acondicionamiento de las obras. Estos centros también disponen, a menudo, de aparatos nómadas que permiten intervenir in situ en los museos esparcidos por el territorio en el marco de peritajes, especialmente en el caso de la autentificación de una obra de cara a su compra.
Con este arsenal de medios y de instalaciones, centenares de objetos pasan por las manos de los científicos. Y es así, con la ayuda de técnicas ultrasofisticadas de análisis (luz rasante, infrarrojo, UV, radiografía, etc.), como los expertos pueden llegar a elucidar la armazón de una estatua, las asperezas de un cuadro, los indicios e indicaciones de colores, las vacilaciones de un pintor o de un grabador, o los cambios en la composición de una obra.
A nivel europeo, también existe el programa ‘Charisma’, un vasto proyecto en el que participan 21 instituciones museísticas, que tiene como objetivo poner en común sus medios tecnológicos.
Pero me agradaría subrayar que, además del aspecto quirúrgico de su trabajo, los restauradores deben hacer frente de forma cotidiana a una multitud de problemas deontológicos. Porque cuando se toca una obra por parte de los restauradores, se la modifica de facto, y esto supone una considerable responsabilidad. Hay muchas preguntas que hacerse: cuándo una pieza tiene varios siglos de existencia, ¿en qué época el restaurador debe fijarla? ¿se debe restaurar una obra en estado de ruina? La cuestión es todavía más compleja cuando existe divergencia entre la voluntad del creador y la necesidad de preservar.
Si la reversibilidad y la visibilidad de lo practicado son los dos pilares de la restauración, a veces es preciso transformar profundamente la naturaleza del objeto para que dure, como es por ejemplo el caso de la conservación de maderas arqueológicas que flotan en agua y que necesitan la inyección de una resina que hace que la madera pese más. Se modifica pues profundamente el objeto. A mi entender, ante este tipo de contradicción inevitable, es necesario apelar a una restauración razonada y razonable.
Estos centros también tienen como misión la conservación preventiva del patrimonio. Esta intervención se realiza teniendo en cuenta todos los aspectos que intervienen en la conservación de las obras, es decir, en relación a sus condiciones medioambientales, al clima, a las vitrinas, al acondicionamiento, a la iluminación, etc. Esta conservación preventiva ya forma parte de las rutinas de los principales museos, porque tiene la ventaja de tratar el conjunto de una colección, mientras que la conservación curativa no trata más que una sola obra a la vez por lo que resulta menos costosa.
Y también es necesario que estos centros integren a sus actividades las preocupaciones ecológicas. Un verdadero reto, puesto que la restauración y la conservación se han apoyado durante mucho tiempo en la utilización de materiales plásticos, que son contaminantes e incluso pueden ser tóxicos para las personas. La actividad de estos centros debe entenderse como un gesto cultural y responsable de cara al patrimonio.
Tenemos pues un ramillete de ciencia, arte, tecnología, ética, razón y ecología. Un ramillete que debemos conservar.
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