Malos tiempos para rarezas bellas

Malos tiempos para rarezas bellas

El periódico “Le Monde” daba la noticia el pasado 11 de enero de que el mecenas y amante del arte Antoine de Galbert renunciaba a la continuidad de “La maison rouge”, un singular centro de exposiciones que él mismo había abierto en 2004 y que se había convertido en uno de los puntos fuertes de la actualidad del arte contemporáneo en París.

El cierre de este buque insignia se producirá el año próximo. La singladura de “La maison rouge”, que estaba instalada en los locales de una antigua fábrica en el boulevard de la Bastilla parisino, se terminará tras catorce años de actividad. Y, de este modo, dejará de ser visible el faro más potente de la Fundación Antoine-de-Galbert, creada el año 2000 por este “coleccionista y empresario agrícola”, según se definía él mismo, no sin sorna, recientemente en Internet.

Antoine de Galbert, nacido en 1955 en el seno de una familia de industriales, es uno de los herederos del grupo de distribución Carrefour, dónde trabajó un tiempo antes de abrir una galería de arte contemporáneo en Grenoble, su ciudad natal, en 1987. Cuando la cerró, abrió acto seguido La maison rouge. Y si reconoce ahora que era necesario una cierta osadía para implicarse en esta aventura, también quiere dejar claro que la cierra porque las acciones deben tener un fin, aunque él no esté ni enfermo ni arruinado…Galbert dixit.

Y, entonces, ¿porque la cierra ahora? Según él, porque no acaba de ver cómo podrían mejorar lo que han hecho ni ve manera de ir más lejos…genio y figura. Y añade, en declaraciones a “Le Monde” que “al crear La maison rouge ya sabía que un día se acabaría. Y me parece mejor que finalice ahora que  está –y creo que puedo decirlo, sin falsa modestia- en la cresta de la ola, antes de correr el riesgo de acabar no tan bien”…

Pero me parece justo y necesario reconocer el enorme trabajo desplegado por La maison rouge, dirigida siempre por Paula Aisemberg, que ha sabido desde el principio y hasta el final cómo afirmar su personalidad y cómo encontrar su público. Su programación ha supuesto un punto de intersección entre la presentación de colecciones privadas, el interés por formas marginales de creación, y el dar a conocer ciudades que no existían antes de ello en el mundo del arte. Un verdadero ‘carrefour

En La maison rouge se han podido apreciar las obras de artistas que habían sido considerados como ‘locos’ por sus contemporáneos. Es el caso de las exposiciones de Henry Darger en 2010, de Louis Soutter en 2012, de la colección de ‘art brut’ de Bruno Decharme en 2014 o de Eugène Babritschevsky en 2016. Y en la nómina de coleccionistas extravagantes, podemos citar a Harald Falckenberg en 2005, a Jean-Jacques Lebel en 2010, o a Arthur Walther en 2015. Y, por último, también merece la pena citar la lista de ciudades desconocidas en el mundo del arte y cuyas realidades y planes allí se han expuesto, como Winnipeg en 2011, Johannesburgo en 2013 o Buenos Aires en 2015.

El inventario que acabamos de hacer es incompleto, pero cuando menos La maison rouge ha mostrado obras y movimientos que no tenían el estampillado de calidad de los estándares oficiales del arte contemporáneo o que no estaban de moda en el mercado internacional, porque a Galbert lo que le interesaba era ejercitar el papel de precursor, de oteador de tendencias y artistas. Y lo ha hacho muy bien.

El cierre de La maison rouge es una mala noticia. Pero Galbert tiene nuevos planes, tal y como concreta él mismo: “El 30 de octubre de 2018 echaremos el cierre a La maison rouge, pero la Fundación no desaparecerá. Actuará de otras maneras y reorientará su acción hacia el mecenazgo. Tendrá un mayor radio de acción y podrá intervenir con mayor libertad en un mayor número de direcciones”. Amén.

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