Marc Chagall, ilustrador. Aguafuertes y aguatintas

Hay personas que afirman que no entienden de arte, y que sobretodo no entienden el arte de Marc Chagall: violinistas que levitan, enamorados en su nube, pollos rojos y asnos verde manzana, un poco fuerte el conjunto…Pero, de todos modos, cuando el antiguo director de la Fundación Maeght de Saint-Paul-de-Vence (en la Provenza), Jean-Louis Prat, monta una exposición (“Chagall, de la poésie à la peinture” / “Chagall, de la poesía a la pintura”) en las salas de los Capuchinos de Landerneau sobre este artista más bien extraño, uno se dice que hay que ir.

En primer lugar, porque es sin duda uno de los mejores conocedores de la obra de Chagall, aunque sólo fuese porque hizo el inventario tras la muerte del pintor, en 1985. Y luego, porque no le ha fallado ni uno de los comisariados de exposición que ha hecho. Y hete aquí, cómo allí, en un extremo de Bretaña, este buen hombre os convence del interés de Chagall simplemente recitando poemas…

La poesía, y los que las hacen, tanto los autores como los editores, sirven como hilo conductor de las casi 300 obras –pinturas, esculturas, dibujos o grabados- que hay en la exposición. Allí descubrimos un Chagall amigo de los escritores de su época, pero asimismo familiarizado con los grandes textos, de unos textos que ilustró primero gracias al empuje de Ambroise Vollard, y después con Tériade, y en muchas otras casas de edición.

Se trata de Malraux (con quien tuvo una bonita amistad que culminó en el encargo del techo de la Ópera de París), pero también del Don Quijote, de Cervantes. Se trata de Louis Aragon, pero también de Nicolás Gogol, de Jean Paulhan y de Jean de la Fontaine, del Decamerón de Boccaccio, y de la Biblia…Cuando el imaginario de Chagall se confronta con las palabras, su pintura nos seduce a todos.

Porque se sitúa en las antípodas de las imágenes (sobre todo de su última etapa pictórica) un poco kitsch, que suscitan reticencias. Y cuando Ambroise Vollard le propuso, en 1922, ilustrar Le Général Dourakine de la inefable Condesa de Ségur, Chagall prefirió confrontarse con un texto sin duda más potente, Las Almas muertas, de Gogol. E ilustrando esta obra se vació: hizo 107 grabados, ni más ni menos, revelándose como un excepcional dibujante y un grabador.

Y Chagall regresa y regresa al mundo del grabado, especialmente con su amigo Malraux, de quien ilustró un texto corto, Et sur la terre (Y sobre la tierra), recuerdos de la guerra civil española que Maeght publicó en 1977. Un texto corto para el que hizo quince aguafuertes y aguatintas realmente alucinantes. Una de ellas muestra una ciudad devastada por una formación de aviones bombarderos que se transforma, en otro grabado, en un vuelo de pacíficos pajaritos. ¿Naif? Probablemente, pero eso a veces da paz y hace bien…

Como hace bien la lectura del catálogo de la exposición (que se puede ver o adquirir en www.fonds-culturel-leclerc.fr). Y es gracias a un bueno e interesante artículo del historiador del arte Itzhak Goldberg que podremos comprender, por ejemplo, el porqué de los violinistas voladores. Se trata, según él, de un “luftmensch”, un funámbulo celeste, “versión cómica, a veces incluso grotesca, del hombre sin ataduras, del acróbata en búsqueda de equilibrio”, es decir, del judío errante. “Representa al doble del artista, metáfora al mismo tiempo del arte de Chagall y de su destino”. También hallamos una explicación de los mundos irreales, que serían “una manera sutil de contornear la prohibición de la representación humana en la tradición judía”. Sus pinturas son poemas, o mejor dicho, se trata más bien de licencias poéticas que de imágenes.

Marc Chagall, "Pour Franz Meyer", aiguafort i aiguatinta, 1962

Marc Chagall, «Para Franz Meyer», aguafuerte y aguatinta, 1962

En 1976, Maeght editó un libro suyo, ilustrado por Chagall, que el título ya es una maravilla y presenta la dimensión entera del pintor: “Celui qui dit les choses sans rien dire” (El que dice las cosas sin decir nada). Y dónde podemos encontrar este momento de gracia: “« Comme tes couleurs sont jolies/Mon peintre amer odeur d’amandes/Toi qui peins les amants dormant/Dans la mémoire et dans l’oubli. » (Cómo son de bonitos tus colores/Mi pintor amargo olor de almendras/Tú que pintas a los amantes durmiendo/En la memoria y en el olvido). Pero el poeta se vió obligado a añadir: : « Quand j’ai rencontré la peinture de Marc Chagall, je me suis mis à l’aimer comme les femmes, pour le maquillage, pour le désordre et la déraison. » (Cuando encontré la pintura de Marc Chagall, me puse a amarla como a las mujeres, por el maquillaje, por el desorden y por la sinrazón). Todo está dicho.

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