
En 1945, Matisse se inició en la técnica del aguatinta gracias a la ayuda del impresor Roger Lacourière, quien ya había enseñado esta técnica tanto a Georges Rouault como a Pablo Picasso, entre otros. Matisse creó 57 planchas mediante esta técnica.
El principio del aguatinta consiste en hacer un dibujo sobre una plancha de cobre con la ayuda de un pincel embebido de una mezcla de tinta china y azúcar. Tras secar el dibujo, la matriz se recubre con una ligera capa de barniz. Acto seguido, se sumerge la plancha de cobre en agua, de manera que el azúcar contenido en la tinta hace saltar el barniz, dejando de ese modo desnudo el metal en el punto en que se hallaba el dibujo. Se espolvorea la plancha con granos de resina de aguatinta, de manera que al calentar la plancha, los granos quedan adheridos al metal. Con la finalidad de obtener un trazado parecido al del dibujo a la tinta, se procede a una mordedura profunda.
Este procedimiento permitió a Matisse trabajar el grabado como si fuese un dibujo al pincel. De hecho, desde el punto de vista estilístico, nada distingue las aguatintas de Matisse de sus dibujos contemporáneos al pincel. De todos modos, debemos señalar que para su realización, Matisse tuvo siempre la necesidad de ser ayudado por un impresor, que era quien preparaba las planchas, procedía a su mordedura y las espolvoreaba con los granos de resina de aguatinta.
Como ya hemos visto en otras técnicas, el tema de los rostros es el predominante también en estas obras: retratos de sus modelos Nadia y Patitcha, de sus familiares, de su hija Marguerite, de sus nietos Claude y Jackie, de escritores célebres como Montherlant, Léautaud o Colette, y también autorretratos. Excepto en el caso de una estampa (Marie-José en robe jaune), Matisse sólo utilizó el blanco y el negro, mostrando de este modo, como ya lo había hecho mediante otras técnicas de impresión, que para él el negro era también un color.
Debe destacarse, no obstante, el papel básico e importante que tuvo Marguerite Duthuit-Matisse, la hija del artista, en la realización de estas estampas al aguatinta. Fue ella, básicamente, quien supervisó los tirajes que hicieron los impresores parisinos, mostrando justamente una gran exigencia, una cualidad que compartía con su padre.
Matisse le confió la toma de decisiones en todo lo que concerniente al ‘bon à tirer’, la famosa prueba de referencia de la que se sirven los impresores para realizar el conjunto del tiraje de una estampa. Fue ella, por ejemplo, quien siguió en el taller de Lacourière, la impresión de los grabados destinados a ilustrar las Poésies de Mallarmé, editadas por Albert Skira en 1932. A ella debemos también la redacción del catálogo razonado de la obra impresa de Matisse, una obra que fue acabada por su hijo, Claude Duthuit, en 1983, y que contribuyó a hacer pública la obra impresa del genial artista, una obra grabada que hasta entonces era desconocida o mal conocida. Gracias les sean dadas.
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