
El Diccionario de la Real Academia Española define la palabra franquicia, en su segunda acepción, como «concesión de derechos de explotación de un producto, actividad o nombre comercial, otorgada por una empresa a una o varias personas en una zona determinada».
Parecería que esta definición encajaría con los hechos actuales por lo que se refiere a la concesión de derechos de explotación de un producto, actividad o nombre comercial, en este caso no otorgada por una empresa sino por otra entidad cultural (en este caso, museística) a otra persona jurídica ya existente o creada ex profeso. En este caso, además, se produce el hecho de usar una marca, como por ejemplo Museo del Ermitage Ámsterdam o Barcelona o como el Centro Pompidou Málaga.
¿Por qué se dan estas nuevas realidades de las «franquicias de museos» y qué ventajas representan? Me parece que pueden apuntarse varias razones, no contradictorias entre sí:
–todos los museos tienen un exceso de obra y hasta ahora no lo hacían rotar: como ejemplo tenemos que los fondos del Ermitage en San Petersburgo están integrados por casi 2 millones y medio de piezas,
-los museos necesitan cada vez más dinero porque los costes de personal, mantenimiento, seguridad, conservación y puesta al día de las instalaciones suben, y, habitualmente, las ayudas públicas bajan,
-los precios del mercado del arte son cada vez más elevados, y si los museos quieren continuar compitiendo en primera división, o en la división que les corresponda, necesitan más fondos,
-como en otros sectores de la actividad económica general (y, no olvidemos, que estamos hablando de industrias culturales), asociar una ciudad o un ámbito a un nombre conocido produce un efecto de potenciación de los efectos económicos y mediáticos,
-para ubicar estos «museos franquiciados» se rehabilitan grandes edificios notables en desuso o en condiciones precarias, o bien se construyen nuevos edificios emblemáticos,
-pueden suponer un estímulo reforzado para el turismo cultural, un fenómeno que existe y que debe tratarse de la mejor manera posible, con productos de calidad y conocimiento contrastados.
¿Cuáles son los principales inconvenientes?
-estas operaciones representan, habitualmente, un elevado coste económico y pueden tener el peligro de representar una cierta colonización cultural, e incluso económica vía el pago de royalties.
-con el dinero que se gasta en la rehabilitación de edificios o en la construcción de edificios nuevos, se podría haber ayudado a los diferentes componentes del mundo artístico de su área de influencia (artistas, galeristas, gestores, coleccionistas, etc.),
-a veces no parece que se haya establecido muy claramente la relación entre la sede franquiciada y el museo matriz y, en ocasiones, las obras que se muestran en las sedes franquiciadas son menores,
-tal vez se esté promoviendo el patrimonio de otros, en detrimento del patrimonio artístico local o más cercano. Se trata, a menudo, de una gestión discutible del patrimonio,
-dan una visión fija del mundo del arte, cuando presentan sólo los grandes nombres ya conocidos, pero sin realizar ninguna apuesta por los valores emergentes no mediatizados,
-estos «museos franquiciados» a menudo no tienen nada que ver con la concepción del museo como servicio cultural y educativo, como una institución que conserva y estudia el patrimonio, y tal vez estén más relacionados con las necesidades económicas de quién promueve la delegación y del retorno económico, electora y mediático de quién lo acoge.
En resumen, y sin habérmelo propuesto a priori, me han salido 6 posibles ventajas y 6 posibles inconvenientes. A partir de aquí, cada cual debe valorar cual es el peso que da a cada uno de estos ítems y ver el peso ponderado que adoptan. Pero, como casi todo en la vida, no se trata de blanco o negro. Los «museos franquiciados» también están en la zona de grises, pero es que, habitualmente, es en este espacio por dónde transcurre la vida, y la vida de los museos también.
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