Cuando inicié este blog, y también con las cuentas de la Colección y las mías propias en Facebook y Twitter, me propuse el objetivo de sólo dar noticias o valoraciones positivas. Lo hago porque el ambiente, en general, me parece tan cargado y negativo, que aportar dosis de positividad me parecía más correcto. Tanto de cara a mis amigos, como a los seguidores de la Colección, a los interesados por el arte y a los ciudadanos a los que pudieran llegar, eventualmente, mis mensajes.
Y así he procurado hacerlo, supongo que con mayor o menor acierto, hasta este comentario. Continuo creyendo que ante tantos discursos, comentarios o acciones basadas en ir simplemente a la contra, en la negación del oponente y en el recurso fácil al exabrupto o al dogma, las actitudes que intentan ayudar o destacar las cosas que van bien, los esfuerzos de tanta y tanta gente, la lucha y las ganas de luchar de tantos conciudadanos deben valorizarse. Y estas premisas me parecen igual de válidas para el conjunto de la vida en sociedad como para el desarrollo de la vida en los ámbitos artísticos, ya sean éstos académicos, profesionales o de simple interés por un acercamiento a las ideas de belleza, interpelación y crecimiento que, a mi entender, el arte debe proporcionar.
Pero llega un momento en que el cúmulo de despropósitos, de ignorancia y/o de mala fe es de tal calibre que puede dar la impresión de que no referirse a ellos significa que no se ven o que no parecen tales o que adhiere uno a ellos, y mi posicionamiento hoy no está en ninguno de estos supuestos. En este caso, en mi caso, está claro que quien calla, no otorga. Y en cualquier caso, prefiero no callar porque no otorgo.
La práctica del desdén, las actitudes paternalistas, la sublimación del desconocimiento son actitudes que pueden constatarse en el acontecer diario en relación con la cultura y la ciencia.
Cuando un país, cuando una administración pública, recorta el presupuesto destinado a las actividades científicas y culturales está dando la señal al resto de la comunidad internacional y a las mentes más preclaras de otras sociedades que el futuro no le interesa. Porque, a mi entender, una supuesta buena praxis económica y/o presupuestaria de la situación presente no es más que puro tacticismo al servicio de no tocar lo que de verdad les interesa.
Cuando un ente público decide posicionarse contra la evidencia científica, negar realidades milenarias y avanzar hacia la nada cultural, inventando, por ejemplo, el nombre de un idioma, lo que hace es mostrar su ignorancia, su mala fe y un espíritu impropio de mentalidades abiertas y propio de gentes dogmáticas, calculadoras y necias.
Cuando se ahoga la creación artística sometiéndola a la inanición presupuestaria, cuando se conceden las subvenciones a entidades culturales sin ningún criterio objetivo, cuando se intenta dividir también el mundo de la creación artística entre buenos (adictos) y malos (críticos independientes) lo que sucede es que se queda arrinconado respecto del progreso histórico y de la presencia en un mundo cada vez más abierto.
Cuando se hacen pasar los presupuestos culturales y científicos de entre los más bajos de los países de nuestro entorno a, simple y llanamente, los más bajos, se está propiciando que nuestro capital intelectual se vaya, que el propio país se empobrezca desde todos los puntos de vista y que sólo pueda contemplarse un futuro de ladrillo, de nuevo, especulativo y un turismo de masas, al que se continúan vendiendo nuestros peores tópicos, porque cambiar el mensaje supondría un esfuerzo.
Cuando, con la excusa de la crisis (que no deja de ser, por otra parte, cruel y larga), determinados gestores culturales deciden hibernar, esperando que vuelva a salir el sol, sin ninguna convicción para afrontar la situación y para buscar recursos e ideas donde se pueda, lo que están haciendo es conservar el chiringuito y desalentar a los creadores. Y en estos ambientes es preciso constatar que aunque la mona se vista de progresista, mona se queda.
Cuando lo peor de la crisis, de los recortes presupuestarios, de los cambios de status se hacen recaer en las clases medias y en los más vulnerables, se está disminuyendo la posibilidad de vivir juntos, se está diseñando un maltusianismo económico de la peor jalea, se está dinamitando el mercado del arte (con niveles impositivos abusivos) y se están arruinando las posibilidades de acceder al ascensor social.
Cuando se actúa contra la gente, siempre en beneficio de los mismos; cuando son las superestructuras no electas las que nos gobiernan; cuando la democracia se transforma en un simple régimen electoral de alternancia controlada; cuando se desprecia lo que se desconoce; cuando se sacralizan los instrumentos que nos habíamos dado para convivir; cuando los rateros, y los amigos de los rateros, quieren darnos lecciones de civismo y honestidad… es que el rey va desnudo, y a lo mejor, él no lo sabe todavía…
Y todo esto lo hace gente que se autocalifica como conservadora. Me parece digno conservar: debemos conservar el patrimonio, los lazos que nos hacen una sociedad, aquello que nos permite definirnos, identificarnos y progresar. Pero para conservar hay que amar. El problema está en que muchos de los que dicen gobernarnos, y especialmente en los ámbitos culturales y científicos, no son conservadores, son simplemente retrógrados.
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