«Nulla aesthetica sine ethica» (?)

Esta máxima latina, «Nulla aesthetica sine ethica«, siempre me ha inquietado porque a menudo se ha utilizado para encajonar a la creación artística por parte de los celadores de un dogma ideológico. De manera que, cuando este hecho se ha producido, y a la sombra de esta cita máxima, la creación artística se ha convertido en algo de meramente instrumental, se la ha transformado en  herramienta de una ética, especialmente de una ética política, y por tanto, digámoslo claramente, de una determinada política.

Mediante esta máxima, del abuso intencionado de esta máxima, se han desacreditado opciones estéticas legítimas porque se las ha considerado como éticamente reprobables. ¿Y porque se han considerado éticamente reprobables? Pues, porque no casaban, o no casaban suficientemente, con los propios principios o con los principios de futuro, aquellos que un hombre providencial o una fuerte comunidad de intereses consideraban como los únicos dignos de ser tenidos en cuenta, de ser tenidos colectiva y públicamente en cuenta.

De hecho, y tanto la historia pasada como la actual pueden proporcionarnos de ello muchos ejemplos, al final de cualquier camino que pase por la exclusión de determinadas opciones estéticas mediante la censura ética nos hallamos frente al totalitarismo, el totalitarismo de cualquier signo.

Ahora bien, ello tampoco significa que todo valga. Ni significa que no pueda parecernos éticamente repugnante algo que pueda ser alabado desde el punto de vista estético. Ciertamente existe una relación entre estética y ética, pero lo que parece peligroso es el querer establecer un vínculo indisociable entre ambas. Quede claro, no obstante, que no pido, bien al contrario, ningún relativismo ético, aunque considere que sí existe un relativismo estético. Por ello, considero que puede hablarse de la estética al margen de la ética, es decir, que podemos hablar de la belleza.

Y aquí me asalta otra pregunta: ¿existen las cosas bellas, universalmente, atemporalmente, esencialmente bellas, más allá del tiempo y del espacio, de la historia y del gusto, de la evolución de la cultura? Tengo serias dudas. De hecho, en culturas diferentes, los cánones de belleza han sido y son contradictorios.

A mi entender, la belleza artística es un constructo básicamente cultural. Culturalmente decimos que es bello aquello que es distinguido, que es relativamente inaccesible y que sólo es valorado por unos cuantos, en una forma de aristocracia del dinero o de cultivo del gusto propio, si ambas cosas no son de hecho la misma.

Creo que podríamos convenir que aquello que se ha venido en denominar como el buen gusto no existe de forma autónoma a la convención social.  Y la convención social está diseñada para distinguir, es decir, para jerarquizar, para excluir. Tal vez no hay cosas universal y eternamente bellas, sino cosas que nos parecen bellas en un determinado momento y en un determinado espacio, inscritas en una concreta dialéctica social y cultural. Tal vez deberíamos separar la belleza del buen gusto, sabiendo que el placer estético no tiene nada que ver ni con la verdad ni con la nobleza, que no es más que una convención, y una convención que se trabaja y que se educa, y ello tampoco no significa que el placer estético sea ficticio, sólo significa que es histórico y variable, que no remite a unas reglas universales y eternas.

La verdadera belleza es conjunción de artificio y de verdad, de pacto y de nobleza, de la construcción social y del buen gusto y de la serenidad, la profundidad y la sabiduría. Que así sea.

Etiquetas: Arte, Cultura, estética, ética

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