¿Quién no habría querido, como lo imagina Woody Alen en su película «Midnight in Paris», estar en la capital francesa a principios de los años 20, en el salón animado y cubierto con pinturas bárbaras de Gertrude Stein, en la Rue de Fleurus? ¿Y quién no habría querido asistir , en presencia de Ernest Hemingway o de F. Scott Fitzgerald, a unas puyas entre el coloso americano y su protegido español, un Picasso con pinta de torero que estaba matando la figuración?
Convertidos en amigos íntimos en 1905, Gertrude Stein i Pablo Picasso se ayudaron mútuamente en una época en la que se temía encontrar al pintor colgado detrás de sus «Demoiselles d’Avignon» y en la que la escritora elaboraba su estilo oscuro, oral y repetitivo. Es el famoso retrato de Gertrude, realizado en el sufrimiento y al precio de muy numerosas sesiones de posado (80 según la modelo), lo que reforzó sus lazos. Seducido por la virilidad hierática de Gertrude, Pablo sudó tinta durante todo el invierno para pintar la cara, para acabar borrándola en la primavera de 1906. En otoño la transformó en una máscara esquemática, con la frente abombada y unos ojos muertos, la primera efigie arcaica de su período negro.
Tras este retrato en diosa madre de la inteligencia, Gertrude Stein multiplicó las compras de obras de Picasso. Y eso fue demasiado para su hermano Leo, quien fue el primer coleccionista del pintor andaluz, pero que rechazó de plano el cubismo de Picasso así como la escritura hermética de su hermana. Se fue del apartamento de la rue de Fleurus en 1913.
En casa de los Stein, son los hombres quienes compran, pero son las mujeres las que coleccionan. La misma situación se reproduce en la pareja Michael-Sarah Stein, pero en este caso en relación a Matisse. Michael era el primogénito y quien gestionaba los negocios familiares, lo que permitía a sus hermanos vivir de renta. Tras el escándalo del Salón de otoño de 1905, Michael fue el primero -justo después que su hermano Leo- en comprar la obra de un gran fovista: el espectacular «Madame Matisse à la raie verte». Pero fue su esposa Sarah quien elevó el arte de Matisse a una verdadera religión. Estableció en su apartamento de la rue Madame un salón en el que «explicaba» todos los sábados el pintor a sus visitantes. En reconocimiento, Matisse hizo el retrato de su protectora y amiga, en forma de icono.
Sin esta superioridad de juicio de las mujeres Stein, no puede dudarse que la cara del arte moderno habría sido distinta. Gracias a la clarividencia de estos americanos excéntricos, y tal como Gertrude Stein decía «Paris ha sido e lugar dónde estaba el siglo XX».
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