Esta última semana ha tenido lugar en Madrid una feria de arte que sus organizadores insisten en denominar como “Estampa”, como si tuviera todavía algo que ver con la que se impulsó hace ya veinticuatro años y que estaba dedicada a presentar y promocionar la obra gráfica.
Como el hábito no hace al monje, y en cuestión de actividades artísticas y expositoras todavía menos, me parece que quién más ha atinado en desenmascarar la treta ha sido la veterana e incombustible galerista Juana de Aizpuru, quien ha afirmado alto y claro (según podemos leer en un artículo de Alejandro Martín Rodríguez publicado en el diario El País del 22 de septiembre) que no hay que olvidar los orígenes. Ella misma lo ratifica sentenciando: “Yo solo traigo papel, por eso se llama Estampa. No me interesa un ARCO pequeñito”. ¿Se trata de un arquito?
Para remediar un poco el desaguisado de la confusa, pero persistente, mutación de Estampa, este año los organizadores han decidido que el artista invitado sea Luis Gordillo, un maestro con una larga trayectoria en el campo del grabado, pero más conocido por haber sido el introductor en España de la pintura pop, al principio muy pictórica y luego, a base de repeticiones, plana y contagiada de los colores de la publicidad.
Luis Gordillo, pionero y referente ineludible de la pintura española del siglo XX, será pues el artista invitado de la feria en un lugar de nombre, tal vez premonitorio, Matadero, concretamente en su nave 16. De todos modos, Gordillo no presenta obra gráfica en este invento, que nació con la vocación de presentar la obra gráfica y de pequeño formato para de este modo fomentar el coleccionismo privado, en un país que se iba abriendo al mercado del arte. Pero según expresión inefable de su director, Chema de Francisco, “la feria se ha transformado a lo largo del tiempo en la misma medida en que lo han hecho los coleccionistas quienes ya no compran para decorar, para atesorar; sino que persiguen implicarse con la idea y el discurso del artista, ser partícipes de la obra”. Es difícil una mayor verborrea en una sola frase.
El hecho cierto es que se ha variado completamente el curso y los objetivos de Estampa, sin tener ni la decencia de cambiarle el nombre, de acuerdo con los gustos mutantes de no se sabe qué coleccionistas ni de qué galeristas, que no son desde luego los interesados por la obra gráfica que, afortunadamente, aun existen en España, aunque, a fuerza de repudiarlos y de expulsarlos de sus propias ferias, se acaban refugiando en las galerías y acontecimientos artísticos que suceden en otros países, donde tienen la suerte que a las cosas se les llama por su nombre. Claro que en esos países a ningún director de feria artística no se le ocurriría decir una memez del tipo: “Toda la sociedad tiende a ser más activa”, como sí ha perpetrado aquí el señor De Francisco.
Para comprobar el dicho de que “a río revuelto, ganancia de pescadores”, en Estampa todavía pueden encontrarse aguafuertes de Rafael Canogar (¡aleluya!), que se ven eso sí ‘arropados’ por cuadros de Rou Lichtenstein o de Joan Miró ‘asequibles’ según los organizadores, ya que las obras más caras cuestan en torno a 60.000 euros y hay piezas disponibles desde 500…, pero para que no falte de nada y el carrusel sea completo también hay instalaciones, pintura, escultura y, cómo no, fotografía: con obras de Wolfgang Tillmans, Cristina Lucas, Alberto García-Alix, Cristina García Rodero o Rogelio López Cuenca.
En total 80 expositores, a los que se suman los editores y los proyectos individuales, compartirán espacio en un totum revolutum diseñado para atraer coleccionistas de cualquier arte visual y que parece que no tienen bastante con Arco, o que no tienen acceso la feria de las vanidades de febrero. Vamos que como hay Rastro y Rastrillos, hay Arco y Arquitos.
De todos modos, soy de los convencidos de que quien pierde los orígenes, pierde su identidad, tal como cantaba Raimon en una muy conocida canción hace ya unos años. Lástima que en Matadero escuchen poco a Raimon y a la voz de la consciencia…
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