En la edición de «El País» del pasado 6 de marzo el escritor Rafael Argullol publicó un interesantísimo artículo con este mismo título. Me gustaría retomar aquí alguna de las consideraciones que el profesor Argullol exponía y sometía al debate público.
El primer parágrafo era ya una declaración de intenciones: «Quizá lleguemos a ver cómo será la vida sin cultura. De momento ya tenemos indicios de lo que está siendo, paulatinamente, un mundo que ha optado, al parecer, por desembarazarse de la cultura de la palabra pese a poseer índices de alfabetización escolar sin precedentes. Hace poco un editor me comentaba que el problema —o, más bien, el síntoma— no eran los bajos niveles de venta de libros sino la drástica disminución del hábito de la lectura. Si el problema fuera de ventas, decía, con esperar a la recuperación económica sería suficiente; sin embargo, la caída de la lectura, al adquirir continuidad estructural, se convierte en un fenómeno epocal que necesariamente marcará el futuro. El preocupado editor —un buen editor, de buena literatura— añadía que, además, la inmensa mayoría de los libros que se leen son de pésima calidad, desde best sellers prefabricados que avergonzarían a los grandes autores de best sellers tradicionales hasta panfletos de autoayuda que sacarían los colores a los curanderos espirituales de antaño». Comparto plenamente el diagnóstico: el problema ya no es coyuntural, es completamente estructural y eso tiene mucho peor arreglo.
Si la cultura de la palabra vive esta situación, tal vez sea debido a que se ha sustituido por una cultura de la imagen, ¿no? Pues bien, el profesor Argullol tiene un juicio más bien escéptico sobre el particular: «Surgen las nuevas tecnologías, extraordinarias productoras de imágenes, e incluso las vastas muchedumbres que el turismo masivo ha dirigido hacia las salas de los museos de todo el mundo. Esto probaría que el hombre actual, reacio al valor de la palabra, confía su conocimiento al poder de la imagen. Esto es indudable, pero, ¿cuál es la calidad de su mirada? ¿Mira auténticamente? A este respecto, puede hacerse un experimento interesante en los museos a los que se accede con móviles y cámaras fotográficas, que son casi todos por la presión del denominado turismo cultural«. Se instala pues la diferencia entre observar y mirar, entre hacer un viaje y viajar, entre escuchar y oír…
Me parece acertado, tal como podemos leer en el artículo mencionado que esta cultura de la imagen alberga una mirada de baja calidad en la que la velocidad del consumo parece proporcionalmente inversa a la captación del consumo: «la orientación presente del acto de mirar [es] un acto masivo, permanente, que atraviesa fronteras e intimidades, pero, simultáneamente, un acto superficial, amnésico, que apenas proporciona significado al que mira, si éste niega las propiedades que exigiría una mirada profunda y que, de alguna manera, se identifican con las que requiere el acto de leer: complejidad, memoria, lentitud, libre elección desde la libertad. Frente a estas propiedades la mirada idolátrica es un vertiginoso consumo de imágenes que se devoran entre sí«.
Estamos confrontados, pues, a una triple incapacidad para leer, mirar e interrogar: «La expulsión de la cultura —o de una determinada cultura: la de la palabra, la de la mirada, la de la interrogación— es un proceso colectivo que afecta a todos los ámbitos, desde los medios de comunicación hasta, paradójicamente, las mismas universidades. No obstante, en ninguno de ellos es tan determinante como en el de los propios ciudadanos, que han dejado de relacionar su libertad con aquella búsqueda de la verdad, el bien y la belleza que caracterizaba la libertad humanista e ilustrada. La utilidad, la apariencia y la posesión parecen, hoy, valores más sólidos en la supuesta conquista de la felicidad«. Tal vez se pueda decir más alto, pero no más claro…
Y hago matizadamente mías sus conclusiones: «Igual la vida sin cultura es mucho más feliz. O puede que no: puede que la vida sin cultura no sea ni siquiera vida sino un pobre simulacro, un juego que sea aburrido jugar«. De todos modos creo y quiero creer que los humanos volveremos a leer, mirar e interrogar; que la vida con cultura es mucho más feliz; y que estamos destinados a la búsqueda de la verdad, el bien y la belleza. Si no fuera así, estaríamos hablando o confeccionando algo distinto a la Humanidad, el humanismo, lo humano. Pero éste es sólo mi parecer.
3 comentarios