Vicenç Furió: «El valor del grabado antiguo»

Desde el siglo XV hasta la difusión de la fotografía, los grabados fueron un tipo de imágenes que, por cantidad y variedad, tienen un valor iconográfico y de difusión del conocimiento que probablemente no tenga parangón en la historia del arte. Realizados mediante las técnicas más diversas, los grabados han representado toda clase de aspiraciones, intereses y actividades humanas. Son una fuente inagotable de información histórica y visual. Y son también, tanto para los estudiosos como para los coleccionistas y amantes del arte en general, un estímulo para la curiosidad. En una carpeta de grabados podemos encontrar todo un mundo por descubrir: un mundo de países, de épocas, de artistas, de estilos, de ideales, de formas de belleza y de perfección.

Nadie duda del altísimo nivel alcanzado en los grabados realizados por Durero, Rembrandt, Piranesi, Tiépolo o Goya. Debemos recordar, no obstante, que hay muchos artistas menos famosos –los Sadeler, Goltzius, Müller, Callot, Bosse, Waterloo, Della Bella, y tantos otros- que forman parte también de los mejores artífices europeos del arte gráfico, y que son autores de obras que brillan con luz propia, ya sea por el virtuosismo técnico que exhiben, ya sea por su originalidad, belleza o fuerza expresiva. Obras que son mejores que muchas pinturas. De todos modos, estos hechos no siempre se reconocen. Que la mayoría de grabados antiguos sean en blanco y negro puede dificultar su apreciación a quién le cueste ir más allá del efecto decorativo de los colores de la pintura. A pesar de todo, la gran variedad de efectos y la riqueza de matices que puede conseguir un grabador hábil con una sola tinta es un hecho evidente para cualquier aficionado a este arte. También puede existir un prejuicio por el hecho de tratarse de una técnica que permite hacer, hasta cierto punto (puesto que las planchas se gastan), muchas imágenes casi iguales. Sobre ello, de toda manera, existe un malentendido. Las imágenes pueden ser muy parecidas, pero no son totalmente exactas. De una misma matriz pueden hacerse numerosos grabados, pero al fin y al cabo es siempre un proceso manual: el entintado, el tipo de papel, y, en definitiva, la impresión, hacen que cada estampa, para el ojo formado y entrenado, sea distinta.

Una pregunta que se formula a menudo en relación con los grabados antiguos –y a la que sólo se puede dar una respuesta aproximada- es saber cuántos grabados se conservan de los que se hicieron a partir de una plancha que fue entintada por primera vez hace trescientos o cuatrocientos años. Aunque en una primera impresión a partir de una plancha de cobre, pongamos por caso, del siglo XVII, se hiciesen doscientos o trescientos ejemplares, no es difícil de imaginar que a través de los siglos un simple papel se haya perdido o destruido. Ello significa que el número de grabados que haya podido sobrevivir, a pesar de que resulta imposible de saberlo con exactitud, sí que puede afirmarse que se reduce drásticamente. En realidad, que una xilografía de Durero se haya conservado hasta el día de doy después de pasar por quién sabe cuántas manos distintas no deja de ser un pequeño milagro. Para la bibliografía especializada, un grabado que no sea fácil de encontrar en la mayoría de gabinetes de los grandes museos y que en los últimos diez años haya salido menos de cinco veces a subasta o a la venta en galerías se califica, y con razón, de rarísimo. Se consideran rarísimos, por ejemplo, los aguafuertes de Rembrandt que fueron impresos en vida del artista y de los que se calcula que se conservan sólo, en todo el mundo, entre treinta y cincuenta ejemplares.

La rareza, pues, resulta un factor principal para la valoración –y cotización- de los grabados. Una valoración en la que también influye, y mucho, la importancia del autor, el tema de la estampa, el estado de conservación, y el momento y la calidad de la impresión. Una cosa, de todos modos, es casi segura. Estos trozos de papel, tan frágiles y delicados, de elaboración tan compleja y refinada tan a menudo, son de las escasas obras de arte hechas por los grandes artistas del pasado que un coleccionista actual, sin disponer de una gran fortuna, tiene todavía a su alcance.

Vicenç Furió

Profesor de Historia del Arte
de la Universidad de Barcelona.